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Personal Literary Illustrated Works
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Gota de luna











or un momento, la joven Luna pensó que se encontraba flotando en la oscuridad sobre una inmensa y majestuosa planicie líquida, en la que se reflejaban los millones de diminutos astros luminosos que, a su vez, se suspendían por encima de ella.
Tenía la certeza de que esa enorme cantidad de guardianes celestes giraba alrededor de ella, cuidándola y admirando
constantemente su impresionante belleza —porque debía ser muy bella. Sin embargo, no podía verse a sí misma; de manera que al observar a la Tierra flotar por debajo de ella, asumió que se trataba de su propio reflejo.
—Un bello reflejo, por supuesto —dijo, soberbia y satisfecha.
Al escuchar esto, un ángel que pasaba se dio cuenta de la gran vanidad de la joven plateada, y resolvió acercarse a ella:
—No es un reflejo —dijo el ángel con un tono ligeramente severo—. Es un astro real. Nadie es menos importante ni más bello que tú a los ojos de la Creación.
Al notar la sorpresa y al presentir el evidente desaliento de la Luna, el ángel agregó pacientemente:
—Cuando la luz del Sol no ciega su mirada al Cielo, los habitantes de ese mundo azul
efectivamente admiran tu belleza.
Entonces la Luna entristeció.
Y en su dolor derramó una lágrima, que muy lentamente fue cayendo hasta tocar la superficie líquida de ese mundo azul, que continuaba flotando por debajo de ella, y al que había creído su reflejo...
Desde entonces, los océanos no han podido detener su turbulencia, producto de las ininterrumpidas ondas en el agua que se han ido multiplicando entre sí con el imperdonable paso del tiempo, y que no parecen vislumbrar un final inmediato.
A este fenómeno, la ciencia —aún ignorante de las grandezas del Cielo y de la Tierra— le denomina marea, y le da sus respectivas y limitadas explicaciones humanas”.

Mi hijo —que aún no nace— se quedó pensativo al terminar de escucharme. Giró su cabeza sobre la almohada y miró a través de la ventana. Observó silencioso la luna y después sonrió.
Yo también sonreí y cerré su noche con un beso en la frente.





Lluvia de una vida
Esta casa tiene buena memoria.
Me habla de un niño, acostumbrado a vivir con lo que ahora son fantasmas. Ellos cantan con él canciones viejas, dibujan historias extrañas, juegan juegos de mesa. Le susurran al oído cuentos que alguna vez existieron en el techo garapiñado de su habitación y duermen acurrucados en los rincones oscuros que sólo el polvo puede tocar.
Esta casa es amiga del tiempo. En ella sólo podía asomarse la lluvia, acariciando las ventanas enmohecidas y reconociendo como hermanas a las lágrimas que se resguardaban en el interior, en los ojos profundos de aquel niño.
El sol no era un visitante frecuente. En ocasiones especiales lo saludaba con un reflejo, ocasiones que el niño ovacionaba en silencio y aplaudía con una sonrisa.
A veces, ya entrada la noche, alcanzaba a escuchar a lo lejos el sonido de un tren o el ladrido de un perro. Sonidos tristes, lejanos, que nunca quisieron acercarse a jugar.
El niño siempre estuvo acompañado por la sabiduría, y en la noche lo cuidaba la oscuridad. En muchas ocasiones veía a la tristeza y al desconcierto vestirse de estabilidad y bailar por los rincones de la casa con sus máscaras; sólo en la noche se resguardaban tras la penumbra para desmaquillarse y ser auténticas. Sin embargo, el niño continuaba jugando con la soledad, cantando y dibujando tan alto como pensaba.
Las tareas, las tardes cantando a dos voces con el piano, la bendición de su madre, el ronroneo de su gato, los libros de aventuras. Todos ellos viven en esta casa, son amigos. No se han ido; y el niño —quien ha cuidado de mí todo este tiempo— desea con su pequeño corazón y un lápiz en la mano que nunca se vayan.

Honourable Mention at the XII Carmen Báez Short Story Award National Selection 2005.

























Claroscuro
Le pregunté al piano, ya muy tarde —pues no podía dormir—, el porqué de su monocromía.
—¿Es que no te gusta el color? —insistí.
De pronto y sin poder evitarlo, ví a la Noche y a la Luna incorporarse desnudas sobre el teclado y huir por la ventana.
























Debate

Un tipo está parado mirando el océano.
El océano habla con él.

—¿Quién eres tú que osa retar mi magnificencia? ¿Acaso no sabes que puedo ser terrible si me lo propongo?
—No, no lo sé —responde el hombre—. Para temer a algo requiero un conocimiento previo de su poder, en este caso superior al mío, y saberme débil frente a él.
—Te equivocas. Conozco al humano y teme justamente a lo que no conoce. Por consiguiente, puedo pensar que tú no eres un hombre, puesto que todo hombre me conoce.
—Es probable. Pero también lo es el hecho de que no seas tú quien dices ser, debido a tu desconocimiento sobre mí. De manera que puedes ser tú quien deba temerme.

Y de un solo trago el hombre acabó con él.


Mente en Negro
Anoche me imaginé que tenía un gato.
Se metió en mi sueño y se acurrucó en él.
Desperté y me di cuenta que era de tinta.
Lástima que ya se secó.



Ojos cerrados
Esta mañana no pude despegar los párpados, por lo que no tuve más remedio que salir a la calle con los ojos cerrados.
Poco a poco fui percatándome de la traslucidez de mi cuerpo gracias a la luz del día. De pronto, más allá de lo reservado a los ojos abiertos me era revelado como pequeñas grandes verdades brillando en mi interior. Todo cobraba un matiz distinto, todo tenía sentido y encajaba a la perfección, como una gran sinfonía llena de respuestas. Sonreí por dentro.
Emocionado, intenté divulgarlo: “¡Cierren los ojos! ¡Escúchense por dentro!”, pero la gente, desconcertada momentáneamente, continuaba con prisa a mi alrededor su torpe atropellamiento diario, su eterno ritual invidente.
Anocheció. Mientras el mundo se quedaba dormido intentando ver su interior, pude por fin abrir los ojos.
Fue así como me di cuenta de que ya había muerto.


Lunática
Orgullosa, se llena de ego al oírme exaltar su belleza.
Lo repito cada noche hasta que, avergonzada, se cubre los ojos bajo los cráteres y tiene un lado oscuro.


Núm3ros